1la Civilización Soviética, Andrei Siniavski, Mexico, 1990 (1)

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LA CIVLIZACION SOVIETICA ANDREI SINIAVSKI En este ensayo, Andrei Siniavski propone una introducción al mundo soviético: a través de la literatura, la sociedad y el universo político rusos, analiza la transformación radical que da origen al “hombre nuevo” de la Revolución y pasa revista a todos los cambios que, primero con Lenin y después con Stalin, habrán de dar cuerpo al Estado despótico, al clericalismo comunista, a la burocracia... Setenta años de historia que no se puede comprender sin las utopias revolucionarias del siglo XIX y que invitan a preguntarse que subsiste actualmente de la cultura rusa. La utopía comunista, que sirvió de modelo a todos las revoluciones del mundo en el siglo XIX, presentada aquí como una degeneración del dogmatismo religioso, engendrá un mundo tragicómico que Andrei Siniavski analiza sin miramientos. Rica en documentación, nutrida con anécdotas y referencias apasionantes, LA CIVILIZACIÓN SOVIÉTICA, obra escrita por uno de los más famosos disidentes rusos, es una lectura polémica de la Unión Soviética de ayer y de hoy. Andrei Siniavski nació en Moscú en 1925. Tras haber hecho pasar clandestinamente varios de sus escritos a Francia, es detenido en 1965, juzgado con Iouri Daniel y condenado a siete años en un campo de concentración. En 1973 se instala en París y desde entonces enseña en La Sorbona.

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  • LA CIVLIZACION SOVIETICA

    ANDREI SINIAVSKI

    En este ensayo, Andrei Siniavski propone una introduccin al mundo sovitico: a travs de la literatura, la sociedad y el universo poltico rusos, analiza la transformacin radical que da origen al hombre nuevo de la Revolucin y pasa revista a todos los cambios que, primero con Lenin y despus con Stalin, habrn de dar cuerpo al Estado desptico, al clericalismo comunista, a la burocracia... Setenta aos de historia que no se puede comprender sin las utopias revolucionarias del siglo XIX y que invitan a preguntarse que subsiste actualmente de la cultura rusa.

    La utopa comunista, que sirvi de modelo a todos las revoluciones del mundo en el siglo XIX, presentada aqu como una degeneracin del dogmatismo religioso, engendr un mundo tragicmico que Andrei Siniavski analiza sin miramientos. Rica en documentacin, nutrida con ancdotas y referencias apasionantes, LA CIVILIZACIN SOVITICA, obra escrita por uno de los ms famosos disidentes rusos, es una lectura polmica de la Unin Sovitica de ayer y de hoy.

    Andrei Siniavski naci en Mosc en 1925. Tras haber hecho pasar clandestinamente varios de sus escritos a Francia, es detenido en 1965, juzgado con Iouri Daniel y condenado a siete aos en un campo de concentracin. En 1973 se instala en Pars y desde entonces ensea en La Sorbona.

  • andrei siniavski

    LA CIVILIZACIN SOVITICA

    editorial diana

    mexico

  • PRIMERA EDICION, OCTUBRE DE 1990

    ISBN 968-13-2025-2

    Ttulo original: LA CIVILISATION SOVITIQUE

    Traduccin: Juan Jos Utrilla - DERECHOS RESERVADOS (c)

    Copyright (c) ditions Albin Michel S.A. 1988

    Copyright (c), 1990, por Editorial Diana S. A. de C.V. Roberto Gayol 1219, Colonia del Valle, Mexico D.F. C.P. 03100

    Impreso en Mxico Printed in Mexico,

    Prohibida la reproduccin total o parcial de esta obra sin autorizacin por escrito de la casa Editora

  • S U M A R I O

    PREFACIO

    I. LA REVOLUCION

    Las races religiosas de la revolucin rusa

    El papel de las fuerzas populares elementales

    Lo elemental en su interpretacin popular

    El instinto y la autoridad

    II. LA UTOPIA REALIZADA

    El poder de la idea

    La prdida del sentido en la historia

    Lo fantastico y lo racional

    El utilitarismo revolucionario

    III. EL ESTADO DE LOS SABIOS. LENIN

    La supremaca de la ciencia y de la razn en la estructura mental de Lenin

    Lenin prctico y utopista

    La violencia como fundamento de la nueva forma de Estado

    El poder nico

    Metafsica y mstica del Estado sovitico

  • IV. EL ESTADO-IGLESIA. STALIN

    Comparacin entre Lenin y Stalin

    El irracionalismo de Stalin

    Stalin, hroe y artista de la poca staliniana

    El secreto y magia del poder staliniano

    V. EL HOMBRE NUEVO

    El papel y el lugar de la intelectualidad

    El hombre de la masa

    VI. EL MODO DE VIDA SOVITICO

    La precariedad permanente

    La vida cotidiana en la poca de la revolucin

    Una simplicidad exagerada

    El nuevo modo de vida

    El combate contra la pequea burguesa

    El gran marrullero

    El mundo del crimen y la nomenklatura

    VII. LA LENGUA SOVITICA

    El mundo rebautizado

    El elemento espontneo del discurso

    La burocratizacin de la lengua

    La creatividad del discurso popular

  • VIII. ESPERANZAS Y ALTERNATIVAS

    Quines son los disidentes y de donde vienen?

    La cuestin nacional

    Nosotros, los rusos!

    POSDATA: Se puede construir una pirmide como partenn?

  • P R E FA C I O

    Este libro fue concebido y tom forma a partir de unos cursos profesados ante un pblico occidental: como ex-ciudadano sovitico y escritor, fui asediado con numerosas preguntas. Se me interrogaba acerca del pasado y el presente de mi pas, y sobre todo, se me preguntaba por qu las cosas hablan sucedido as y si eso poda durar an largo tiempo. Estas interrogantes, seguidas por discusiones y polmicas, me llevaron a examinar con mayor atencin los rasgos, no obstante ya familiares, de mi patria; de esta imagen tan atrayente, aunque al mismo tiempo terrible y repulsiva. Sobre todo porque, debido a mi profesin, los temas tratados me tocaban muy en lo vivo.

    El trmino civilizacin supone, entre otras cosas, la perennidad y la estabilidad de formas ya desde hace mucho constituidas y afinadas por el tiempo. Ahora bien, la civilizacin sovitica es nueva y carece de una larga historia, a pesar de haber logrado en poco tiempo aparecer como una estructura bastante slida y duradera que se extiende y crece en el escenario mundial.

    La civilizacin sovitica requiere la atencin del mundo entero como el fenmeno quizs ms singular y ms temible del siglo xx. Temible porque sostiene que el futuro de la humanidad le pertenece y porque aumenta su esfera de influencia ganando sin cesar nuevos paises; porque se considera el ideal y el resultado lgico de la evolucin histrica. Es tan nueva, fuerte e inslita que incluso a veces a quienes han crecido en ella, y son de hecho sus hijos, les parece una formacin monstruosa o un hbitat marciano al cual sin embargo ya pertenecen. Es compleja y difcil de estudiar, precisamente por ser a la vez nueva y cercana. Nos faltan serenidad y perspectiva, ya que no somos simplemente historiadores, sino contemporneos y testigos (actores) de este proceso sin concluir an, y del cual ignoramos cmo y cundo ser su fin. Al menos tratemos de aprovechar nuestro conocimiento concreto y directo.

    Sin embargo aqu surge otra dificultad; la vida es all tan agitada, se encuentra tan inmersa en los problemas sociales de la actualidad, que los puntos de vista al respecto son de lo ms diverso y a veces de lo ms contradictorio. De tal manera que no hay y no puede haber respuestas exhaustivas y universales, por lo que muchas cosas quedan en suspenso, sin resolver.

    El tema es vasto, ya que la nocin de civilizacin incluye el modo de vida, la psicologa, el rgimen y la poltica, etctera, y todas estas cuestiones han suscitado una plyade de escritos. Para cumplir mejor con mi propsito, intento examinar menos la historia de la civilizacin sovitica que su teora y podra decir su metafsica. Como aspectos tericos, propondr ciertos postulados fundamentales o perspectivas, o piedras angulares (llmenlos como quieran). Por ejemplo, la revolucin, el estado, el hombre nuevo, etctera.

  • Las dimensiones de esta obra me obligan a renunciar a un acervo de notas demasiado copioso. Las referencias a los libros, documentos, revistas y peridicos aparecen en el texto. Paralelamente, he escogido examinar la civilizacin sovitica vista por los ojos de su literatura. La imagen artstica, aparte de su viveza, posee los rasgos del smbolo, y en este caso lo que nos interesa en primer lugar son los smbolos: stos permanecen y son imponentes testimonios de su poca.

    Si el smbolo es una imagen condensada, escriba Trotski (historiador an no igualado de la revolucin rusa), entonces la revolucin es la ms grande creadora de smbolos, pues presenta todos los fenmenos y relaciones en forma condensada.

    As procede la literatura, incidentalmente, por esta misma condensacin revolucionaria.

    Como epgrafe para mi libro, deseo retomar algunas lneas de Radchtchev, de fines del siglo XVII, extradas de su oda Siglo Dieciocho. Ms que un epgrafe, son para m un punto de vista sobre algo inolvidable

    No, siglo loco y sabio, no sers olvidado,Por siempre maldito, por siempre objeto de admiracinSangre en tu cuna, canto y trueno de batallas,Ah, empapado en sangre bajas a la tumba...

  • CAPITULO 1

    L A R E V O L U C I NPor Revolucin entendemos aqu, aparte del golpe de Estado de octubre, el conjunto

    de ideas y sucesos que lo hicieron posible, lo prepararon y despus lo prolongaron hasta la victoria final del poder sovitico en la guerra civil. El hecho revolucionario toca una gran cantidad de aspectos de la vida del pas y del mundo. Al mismo tiempo supone la destruccin breve, violenta, absolutamente radical y luego la reconstruccin de la sociedad y de su modo de pensar, la destruccin de todas (o casi todas) las instituciones y tradiciones histricas. Y esto no solamente en el interior de Rusia, sino en el mundo entero, ya que la revolucin de Octubre no era considerada por sus autores ms que como el primer paso, el prlogo de una serie de revoluciones; deba desarrollarse en una revolucin mundial: la ms universal; la ms decisiva en la historia de la humanidad.

    Hoy todava, cuando la revolucin en su sentido inicial no parece haber dejado huellas en la vida de la sociedad sovitica, sus fuerzas y sus estmulos, orientados hacia una empresa universal, global, continan actuando en otras formas: as la expansin tenaz ideolgica, militar y poltica de la civilizacin sovitica en Europa como en Asia, en frica como en Amrica; con el propsito de que, a fin de cuentas, la tierra entera se encuentre bajo la bandera roja, izada por primera vez por la revolucin de Octubre como emblema del nuevo orden social triunfante. Las mismas propensiones revolucionarias se perpetan, aunque en formas totalmente diferentes, alteradas. Pues en los orgenes, esto se expresaba con mucha mayor franqueza y sinceridad. Alexander Blok, en su poema Los Doce, lo traduca as, en forma de cantinelas de barrio:

    En la barba del burgus, Encendamos un fuego de alegria En la sangre del incendio! En nombre del Padre y del Hijo...

    Esta aspiracin a dominar el mundo respondia a la magnitud de una transformacin absoluta que rompa con toda la historia mundial anterior. Segn Marx, en efecto, el desarrollo prerrevolucionario de la humanidad no era ms que prehistoria. La verdadera historia comenzaba con la revolucin socialista proletaria, lo que crea ser el golpe de Estado de Octubre. De all esas palabras de Maiakovski (en su poema sobre Lenin, de 1924):

    Viva la revolucinAlegre y rpida!

    Estaes la nica

    gran guerra de todas aquellas

    que la historia ha conocido.

    Pretensin increble: la nica gran guerra, y la ltima! ltima violencia y ltima guerra, desencadenadas para que de la superficie del globo desapareciesen para siempre

  • (dnse cuenta: para siempre!) todas las violencias y todas las guerras, y que al fin la humanidad entera fuese por siempre libre y feliz.

    LAS RACES RELIGIOSAS DE LA REVOLUCIN RUSA

    Dirase el Apocalipsis. Como si la historia hubiese terminado y comenzaran "un cielo nuevo y una nueva tierra". El Reino de Dios, la Jerusaln celeste que desciende a la tierra, prometiendo el paraso aqu abajo; y no por voluntad divina, sino por el esfuerzo del hombre. No se trata de un sueo, es una ley histrica cientficamente demostrada por Marx, una ley ineluctable que actuar de cualquier manera, se quiera o no. De tal modo que a nosotros, hombres de hoy, no nos queda ms que una cosa por hacer: llevar a cabo todo esto por medio de una revolucin rpida y feliz.

    Desde estas premisas lgicas vemos a la ciencia histrica ms exacta as se considera el marxismo aliarse a las seculares aspiraciones religiosas del hombre. De aqu que la Revolucin haga pensar tanto en el Apocalipsis, pero en un Apocalipsis interpretado a partir del materialismo dialctico, despojado de la intervencin divina, en el cual la idea de Providencia se convierte en la ley histrica legada por Marx. Y es el comunista o el proletario, ltimo eslabn de la historia de la humanidad, "hombre puro" por excelencia, que no tiene nada que perder ms que sus cadenas, el que da fuerza a esta ley cientfica y lleva a cabo este Apocalipsis del siglo xx.

    A partir de esto se comprenden las consignas inscritas en la bandera de la revolucin de Octubre, que subyugaban a las masas y que todava seducen y atraen a gentes de otros pases, aunque ciertamente ya no a los soviticos. Sin embargo, al examinar de cerca esos lemas, que efectivamente no carecen de grandeza, las ms de las veces reconocemos ex-presiones bblicas o evanglicas traducidas al lenguaje de la ms actual realidad revolucionaria; pero no figura all el nombre de Dios, son enunciadas en nombre del hombre que se convierte en Dios.

    En el Apocalipsis, en las profecas bblicas u otras, se anuncia que un da, en un instante, todo cambiar, y que todo el orden humano y social quedar a tal punto transformado, que los ltimos sern los primeros y los primeros sern los ltimos (as est dicho en el Evangelio). Siendo as, creeramos oir parafrasear la expresin bblica en esta Internacional que cantan los comunistas de todos los pases y que produce una impresin de liturgia divina. Si no es que el Aleluya ya fue remplazado por otra cosa... Recordemos la letra de la Internacional en su versin rusa, que es la que corresponde mejor, tanto al espritu de la revolucin como al del Apocalipsis:

    El mundo de violencia destruiremosHasta sus cimientos. Y por doquierNuestro mundo nuevo construiremos.Quien nada era, lo ser todo.

    Es el fin de los tiempos. Es el advenimiento por medio de la revolucin de la civilizacin sovitica. Una nueva era.

  • Otros lemas revolucionarios han sido tomados de la Biblia, de tal modo que ya no hay Biblia, que Dios ha sido abolido, pero las palabras bellas perduran. Por ejemplo, Los proletarios no tienen patria, expresin que entraa otra Proletarios de todos los pases, unios recuerda la famosa regla cristiana: "No hay griego ni judo" ante Dios, ante la nueva religin...

    Podra escribirse todo un tratado acerca de las imitaciones o concordancias entre el comunismo y la Biblia, lo cual se debe, me parece a m, a que la revolucin ha querido realizar ciertas aspiraciones superiores arraigadas en el alma humana y rehacer el mundo a partir de ellas, anulando todo el pasado de la humanidad por considerarlo contrario a la jus-ticia y a lo que debe ser. En este sentido, el comunismo entra en la historia no solamente como un nuevo rgimen poltico y social y un nuevo orden econmico, sino tambin como una nueva gran religin que niega todas las dems. Es lo que anuncia Piotr Verjovenski en Los Demonios cuando dice: Aqu, amigo mo, llega una nueva religin que va a reemplazar a la antigua, por esto vemos tantos soldados...

    El marxismo-leninismo se califica sin cesar as mismo como la nica concepcin global del mundo, la nica filosofa cientfica; sera, de alguna manera, la ciencia ms cientfica, la que domina las leyes de la naturaleza y de la sociedad, las leyes de la historia. Sin embargo, esta pretensin del comunismo no excluye que sea de naturaleza religiosa. Desde fines del siglo XVIII, el poder de la ciencia no ha dejado de crecer hasta convertirse en la concepcin del mundo universal. El hombre moderno no puede evitar remitirse de una u otra forma a ella. No se puede prescindir de ella; sin ella no se llega a ninguna parte. Por esto, los motores religiosos del comunismo se adornan tambin con formas y expresiones cientficas.

    No obstante, la cientificidad misma del comunismo es de orden religioso. Las fuerzas y las leyes descubiertas por el marxismo fuerzas productivas y relaciones de produccin, base econmica determinante y lucha de clases desempean el papel de la Divina Providencia o del destino ineluctable. De grado o por fuerza, esta necesidad histrica, cientficamente demostrada por el marxismo, nos empuja al paraso. Y una vez all, como la historia ha alcanzado en el comunismo el estado ideal, dejar de desarrollarse cualitativamente, y ni siquiera supone que en el futuro ms remoto, este rgimen social ser remplazado por otro. As como nadie se pregunta lo que habr despus de la eternidad, la pregunta del post-comunismo no se plantea: despus del comunismo sociedad ideal no habr ms que un comunismo an ms grande y todava mejor en su comunidad. Por consiguiente, el comunismo no admite ninguna otra ciencia de la historia o de la sociedad: todas aquellas que podran afirmarse en ese campo son consideradas, ya insuficientes, ya falsamente cientficas. Esta exclusividad, esta unicidad, esta pretensin de ser sagrado, aproxima tambin el comunismo a la religin. Los juicios de los clsicos del marxismo-leninismo se encuentran tan por encima de toda duda y crtica, como en el sistema religioso ocurre con los textos de las Sagradas Escrituras o las enseanzas de los Padres de la Iglesia. Es as como, incluso en su cientificidad, el comunismo ofrece elementos de comparacin con la religin.

    En segundo lugar, la originalidad de la religin del comunismo radica en que pone en prctica su doctrina en la escala ms vasta, en todas las facetas de la vida, en todas las

  • esferas de la actividad humana. El paso del dogma a su aplicacin generalizada implica la violencia, y para ejercerla en grande escala es necesario detentar el poder. Asimismo, los ideales morales y sociales del comunismo, como sociedad ms justa sobre la tierra, sufren a lo largo del camino, notables alteraciones: su aplicacin es amoral e inhumana. Sin embargo las instituciones que estn all solamente para secundar el ideal superior del comunismo, siguen marcadas por una tonalidad religiosa. Incluso la violencia reviste la forma de un sacrificio expiatorio, en el cual el papel de Dios Todopoderoso que exige el sacrificio, es desempeado por la Necesidad Histrica. Con una pequea excepcin: no se trata solamente de un sacrificio de s mismo, lo que se ha considerado sagrado a lo largo de la historia, sino del sacrificio de los dems, de las clases llamadas explotadoras, as como de mucho ms. Podramos decir que lo que se sacrifica es el pasado. Esto se asemeja mucho a los misterios religiosos cuyo origen se remonta quizs a los cultos primitivos, prehistricos, de inmolacin y cremacin del pasado, a los antiguos ritos religiosos de renovacin peridica de la tierra y de la vida.

    La ruptura con el pasado ha tomado el carcter de un rito de sacrificio, acompaado de una bacanal revolucionaria, cuyos participantes desempean, como consecuencia, el papel de "santos asesinos" o de "santos pecadores" (lo vemos en Blok, en Los Doce; en los relatos de Babel, y de los primeros cronistas de la revolucin rusa). Quienes dirigen este drama jefes y verdugos aparecen como sumos sacerdotes y no solamente como jefes polticos. De all no hay ms que un paso a la deificacin del dictador revolucionario que se ha arrogado el poder supremo y la violencia. En la idea misma de poder y de violencia, el comunismo y la revolucin pueden cubrirse de un aura sagrada, casi mstica. La ruptura con el pasado, incluida la religin, adquiere entonces una coloracin religiosa.

    La revolucin se realiz bajo el signo de "hacerlo todo de nuevo". El pasado fue tan radicalmente negado que la liquidacin o la amenaza de aniquilacin se extenda hasta los valores humanos indiscutibles. Dicho sea de paso, los llamados de los futuristas a arrojar a los autores clsicos de la nave del tiempo presente encajaban a pedir de boca en la re-volucin. Se hizo clebre el poema Nosotros, escrito en 1917 por el poeta proletario Kirilov, interpretado como la destruccin de los dolos:

    Verdugos de la belleza! nos gritan voces quebradas; Movidos por un embriagador impulso de orgullo cruel, Pisoteemos las flores de arte, destruyamos los museos, Por un gran Futuro: quememos los Rafael!

    El pasado y lo antiguo eran sinnimos de malo; lo nuevo" era sinnimo de bello. No es casualidad que en la civilizacin sovitica de nuestros das se hable an de restos del pasado. Todo lo que es malo es considerado como producto del enemigo (quien tambin personifica al pasado) o en el mejor de los casos, como un vestigio del pasado que conviene erradicar progresivamente. La embriaguez, el robo o la grosera, quiz no son atribuidos al enemigo de clase, pero si constituyen vestigios, o como frecuentemente se deca, una herencia del maldito pasado. Los ataques y rechazos se dirigan en particular al pasado y a las tradiciones nacionales de Rusia: a las antiguas rdenes (nobleza, clero, comerciantes) como la autocracia o la Iglesia, y en general a los grandes nombres, los hroes del pasado como Alejandro Nevski o Suvrov, que fueron rehabilitados (parcialmente) mucho despus. Una bala para la vieja Rusia! se dice en Los Doce de Blok. Tal era el lema de la revolucin. Incluso las palabras ruso, Rusia, desaparecieron

  • de la escena. La revolucin se afirmaba, no como un fenmeno nicamente ruso, sino internacional. Segn esta lgica, la revolucin se habla producido en Rusia antes que en ninguna otra parte, principalmente porque el pas haba vivido en el pasado una situacin peor que la de los dems paises, con una opresin ms fuerte y un poder gangrenado; el atraso de Rusia haba hecho de ella el eslabn ms dbil de la cadena del capitalismo mundial.

    En consecuencia, los enemigos de la revolucin se inclinaban, tambin ellos, a considerarla como un fenmeno no nacional. En los medios pequeoburgueses (y no solamente all) habla una opinin muy difundida de que la revolucin era producto de judos y alemanes. En efecto, su direccin y sus vanguardias contaban con un buen nmero de no-rusos: judos, polacos, letones e incluso chinos, pero stos constituan una insignificante minora en relacin con las fuerzas rusas, mas como siempre, la presencia de extranjeros era muy notoria y despertaba una atencin hostil. As se forj la teora, todava actual, y que de hecho se ha intensificado en los ltimos aos, segn la cual la revolucin no es un fenmeno ruso, sino un elemento trado del exterior, que no tiene nada en comn con el pueblo y la tierra de Rusia. Quienes sostienen esta teora declaran que Rusia es un pas ocupado por gentes llegadas de Occidente, ya que el marxismo nos ha llegado de all. Por mi parte, estoy en total desacuerdo con esta opinin, aun cuando resulte difcil tambin adherirse al punto de vista segn el cual la revolucin de Octubre y la civilizacin sovitica son un producto exclusivamente ruso, nacional. A mi parecer, la revolucin ha mezclado los dos elementos: el nacional y el internacional, el local y el mundial. El hecho de que se haya efectuado rompiendo con el pasado nacional, tanto reciente como lejano, con la fisonoma nacional de Rusia, no la hace ajena a su tierra, a pesar de que desborde largamente esos limites.

    Uno de los rasgos nacionales ms caractersticos de la revolucin rusa lo constituye su lado religioso. El primero en evocar este aspecto fue Dostoievski, con toda su pasin; y a principios del siglo xx fue seguido por otros pensadores rusos, cuyas ideas por cierto se encontraban bastante alejadas de la revolucin. Citar como ejemplo un articulo de Ber-diaev: "La Gironda rusa", escrito en 1906, el momento ms intenso de la primera revolucin. El autor compara a los "cadetes" (o K.D., es decir, los liberales, partidarios de la constitucin y de la democracia) con los girondinos. Su programa poltico racional, progresista y al mismo tiempo moderado, trmino medio entre los excesos de la izquierda y los de la derecha lo seduce personalmente, pero est consciente de que tal proyecto, por carecer de un sentido religioso, no tiene porvenir en Rusia. Berdiaev polemiza con Piotr Struve, quien defiende ese programa:

    La social-democracia ofrece un pathos religioso que gana el corazn de las masas populares y atrae a los jvenes. Para los socialdemcratas, la poltica en s es religin, acto religioso. Qu pueden oponer a esto los demcratas constitucionales? No tienen ms que esa idea, indudable pero un poco limitada, de que una constitucin que garantice los derechos y las libertades vale ms que un rgimen autocrtico y burocrtico. Ni los jvenes ni las masas obreras los seguirn, pues no ofrecen ningn alimento espiritual y suscitan muchas dudas sobre su voluntad de asegurar el alimento material.

  • Struve subestima el verdadero alcance de la retrica religiosa de la social-democracia: no basta con oponerles los principios escuetos y formales del liberalismo, pues no reunirn a nadie. Por la fuerza de las cosas, Rusia ya se encuentra en manos del poder de los extremos; el negro y el rojo dominan, y lo que hace falta aqu no son plidas teoras, moderadas, timoratas, sino ideas nuevas e inflamadas.Tales ideas no pueden ser ms que religiosas y no menos radicales que las de los social-demcratas o de las Centurias Negras. Mientras Struve no lo comprenda, todas sus potencialidades seguirn sin tener gran efecto. Es un escptico que ignora el secreto del poder sobre los corazones, lo contrario de los hombres del rojo y del negro.

    Berdiaev no se equivocaba en sus paradjicas comprobaciones: los social-demcratas, es decir, los futuros bolcheviques, eran religiosos en poltica.

    En la misma poca, otro escritor religioso, Merejkovski, analizaba la experiencia de la revolucin de 1905 de la siguiente manera:

    La revolucin rusa no es solamente de poltica, sino tambin de religin; he aqu lo que ms trabajo le cuesta comprender a Europa, en donde desde hace ya mucho tiempo la religin misma es poltica. La revolucin rusa es tan absoluta como la autocracia que rechaza... Bakunin ya presenta que la revolucin final sera mundial, no nacional. La revolucin rusa es mundial. Cuando ustedes, europeos, lo hayan comprendido, se precipitarn a apagar el incendio. Pero les advierto, no sern ustedes quienes nos apagarn, seremos nosotros quienes los incendiaremos a ustedes.

    Para Merejkovski, el ms grande profeta de la revolucin rusa es Dostoievski, quien, segn l:

    teme y odia la revolucin, pero no puede imaginar algo que no sea esta temida y odiada revolucin. Es para l la medida absoluta aunque negativa, de todas las cosas; una categora universal del pensamiento. No hace ms que pensar en ella, hablar de ella, delirar con ella. Si alguien ha llamado la revolucin a Rusia, cual mago invocando a la tempestad, es Dostoievski. De Rasklnikov a Ivn Karamzov, todos sus hroes preferidos son rebeldes polticos y religiosos, criminales a los ojos de las leyes humanas y divinas, y al mismo tiempo ateos, pero de un tipo especficamente ruso, ateos msticos, no simplemente negadores de Dios, sino detractores de Dios.

    Este razonamiento puede parecer extrao: cmo diablos se puede ser ateo religioso o incluso ateo mstico? Y, qu diferencia hay entre el ateo que niega a Dios y el que lo combate? Es un hecho que a las ideas de los ateos rusos que aspiran a combatir a Dios se basan muy a menudo en una psicologa religiosa; por ello no niegan simplemente a Dios, sino que son sus detractores. El ateo de tipo racionalista occidental que se contenta con negar a Dios, permanece sereno e indiferente ante toda esta problemtica: si Dios no existe, qu objeto tiene alarmarse y para qu combatirlo? Sin embargo, el ateo ruso detractor de Dios, en lo ms profundo de su ser, en su subconsciente, reconoce que Dios existe, por lo que lo pone a prueba, lo provoca, o bien entabla mentalmente con l un dalogo, una contienda sobre el tema: quin es el mejor; quin es el ms justo y el ms fuerte? As se explican en particular las extravagantes agresiones contra los objetos sagrados de la Iglesia: por ejemplo, no contentos con descolgar los iconos, los empleaban para hacer los pisos de los baos del pueblo, sin siquiera lijar las imgenes de los santos; o los alineaban sobre un muro para luego fusilarlos. Es como si para esos ateos detractores de Dios surgidos del pueblo, los iconos fuesen personas vivas.

    En las novelas de Dostoievski encontramos detractores de Dios de alto nivel intelectual y moral, como Rasklnikov (Crimen y Castigo), Hiplito (El Idiota) o Ivn

  • Karamzov (Los Hermanos Karamzov). Ateos, nihilistas y rebeldes, tambin son buenos por naturaleza y sensibles. Heridos de muerte por la consciencia que tienen de la injusticia y del mal universal, desbordan de amor profundo y de compasin a los hombres. De all su rechazo de Dios, insuficientemente bueno y caritativo, ya que permite tales sufrimientos sobre la tierra. La famosa respuesta de Ivn Karamzov es, en cierta manera, la expresin de la disputa rusa con Dios: "No es que yo rechace a Dios... simplemente le devuelvo muy respetuosamente mi entrada" (entrada para el Reino de los Cielos). "Le devuelvo", porque sobre la tierra reina el mal, al que es imposible resignarse; porque es imposible perdonar a Dios las lgrimas de un nio inocente martirizado.

    Y de all tambin, dice Dostoievski, procede el socialismo ruso, consecuencia del atesmo en su forma de disputa con Dios. Siguiendo esta lgica, si Dios no existe, entonces yo, hombre, me vuelvo Dios; y en mi calidad de hombre quiero construir un paraso en la tierra que excluya el mal y el sufrimiento. Por eso los "muchachos rusos", alrededor de una mesa de taberna, discuten seguramente acerca de Dios o bien del socialismo, lo cual viene a ser lo mismo aade Dostoievski. Porque todo esto no es ms que busca de Dios, busca de religin; aunque sea a travs de la negacin tanto del uno como de la otra.

    No es difcil encontrar analogas en el perfil espiritual de los revolucionarios rusos. Este tipo psicolgico est definido en Maiakovski con mayor claridad que en ningn otro. El reconocido poeta sovitico, proclamaba:

    Sobre el puente de los aos,despreciado,

    burlado,por la salvacin del amor humanodebo quedarme,

    quedarme por todos,yo pagar por todos,

    yo llorar por todos.

    (Acerca de Eso, 1923)

    La cruz en que l se sacrifica como portador del dolor y del amor de todos los hombres llega a ser el simbolo permanente de su vida y de su arte potico. Junto con esta crucifixin, otras ideas e imgenes obsesivas impregnan su obra: Natividad, Taumaturgia, Resurreccin de los muertos, motivos apocalpticos del ltimo fin y de la llegada del Reino de Dios sobre la tierra. No se trata de una estilizacin seudo-cristiana: es una asimilacin, consciente o no, de la idea religiosa. En este caso es una reinterpretacin acentuada en el sentido de la disputa con Dios, negando todas las religiones anteriores que no han aportado al mundo la renovacin esperada.

    En la obra potica de su primer periodo, este mesianismo religioso alcanza su apogeo con La Nube en pantalones (1915), en un principio intitulado El decimotercer apstol. Es la auto-definicin ms condensada de Maiakovski, hombre y poeta, quien se coloca en una doble relacin de atraccin-repulsin con el Evangelio. La expresin en s, "decimotercer apstol" suena casi como "Anticristo": calificarse de apstol, adems con una marca del mal, con el impuro nmero 13, significa sacrilegio. Al mismo tiempo, este apstol de ms, que sobra y no es reconocido -Maiakovski- pretende efectuar una transfiguracin religiosa de la vida, ms obstinada y ms intrpidamente que los otros doce, en una forma

  • incluso ms real que lo que no ha previsto ni ha sabido realizar Dios en persona. La religin se transforma en revolucin que comienza por la negacin de Dios, pero no deja de ser para el poeta la religin del amor supremo.

    Pasternak deca que el joven Maiakovski le recordaba ms que nada a los "jvenes hroes" de Dostoievski, a los nihilistas y rebeldes.

    En La Nube en pantalones, el decimotercer apstol Maiakovski, al igual que Ivn Karamzov, devuelve a Dios su entrada para el Reino de los Cielos. Salvo que l lo hace con una irreverencia y una rudeza extremas, como un nihilista de nuevo tipo. Sin embargo, detrs de sus blasfemias olmos el dolor, el amor y la sed de un Dios, aqu sobre la tierra, inmediatamente, en su realidad plena y entera. De no ser as, cuidado... !

    Todopoderoso, t has inventado este par de brazos, y a cada unouna cabeza nos diste.Por qu no hicisteque sin tormento se pudiesebesar, besar hasta el infinito?

    Con esta formidable carga de pasin y desesperacin, con esta sed de rehacer totalmente el mundo en un abrir y cerrar de ojos, con este apremio por realizar una inaudita hazaa religiosa que alcanzase al mismo Dios, Maiakovski fue a la revolucin para convertirse en su ms grande poeta.

    EL PAPEL DE LAS FUERZAS POPULARES ELEMENTALES

    Tanto los adversarios como los partidarios de la revolucin, la han comparado con algn cataclismo natural: un diluvio universal, un colosal terremoto, un incendio, una tem-pestad, un cicln.

    Efectivamente, en esta poca Rusia haba llegado a una especie de estado primitivo, confuso y catico, para que de ese caos naciera otra civilizacin, desconocida. Puede discu-tirse sobre la pregunta de saber por dnde comenz el desplome. Si fue con la cada de la monarqua durante la revolucin de Febrero de 1917, o con los desbordamientos ulteriores de las nuevas fuerzas elementales que se haban manifestado durante el periodo de Octubre y posteriormente en la guerra civil. Por mi parte, yo creo, antes bien, que los golpes ms fuertes a la jerarqua que constitula la antigua civilizacin, fueron asestados en la lnea del frente, durante los ltimos aos de la guerra con Alemania. Cuando el ejrcito comenz a desertar y a fraternizar con los alemanes como seal de cese de las hostilidades, cuando los soldados se pusieron a matar a los oficiales que les impedan regresar a sus casas para compartir la tierra. La vieja Rusia zarista estaba edificada sobre una jerarqua de grados y de capas sociales; con las derrotas militares y la incipiente anarqua revolucionaria, sta ceda en su eslabn ms fuerte: el ejrcito.

  • Hay que reconocer que ante esta situacin los bolcheviques supieron proponer buenos lemas, tcticamente muy bien adaptados a ella: Abajo la guerra!, Paz a los pueblos!, Pan a los hambrientos!. As como: La tierra para los campesinos!, Las fbricas para los obreros!, Robemos a los ladrones! y Expropiacin de los expropiadores!. Era la revolucin socialista.

    Los bolcheviques ganaron, sobre todo, porque liberaron las fuerzas espontneas, y al romper la jerarqua, privaron a la antigua sociedad de toda posibilidad de efectuar una ver-dadera resistencia. sta lleg ms adelante, durante la guerra civil, pero ya era tarde.

    En la literatura rusa, la espontaneidad encuentra su ms elevada expresin, as como la ms adecuada, en el poema de Alexander Blok, Los Doce (1918). En l vemos encarnado este elemental desencadenado, al que el poeta llamaba msica de la revolucin", y que para l no era simplemente la msica que llenaba las calles, sino como l mismo lo deca, el estruendo de la orquesta mundial emanando de las altas esferas del ms all. Como si en la visin de Blok, la revolucin hubiese comenzado en el cielo, para slo despus realizarse en la tierra. Sin embargo, para l, ambos momentos significaban el desencadenamiento de las fuerzas elementales, y esto constitua el contenido esencial del momento. Esta msica de la revolucin haba sido percibida por Blok desde antes de que comenzara, como un sismgrafo que seala el acercamiento de la catstrofe mundial, a la cual, al mismo tiempo se aliaba interiormente como a la fuente de su lirismo, como a su propio destino histrico. Es necesario considerar, adems, la concepcin propia y original que l tena de lo elemental y de la civilizacin tomadas como opuestos entre si. Sin compartir forzosamente sus opiniones, stas nos parecen bastante interesantes y tiles, y no slo porque Blok haya sido el ms grande poeta ruso de principios de siglo, sino tambin porque, a fin de cuentas, actualmente nos encontramos ante la misma problemtica: la conflictiva relacin entre el principio espontneo y la civilizacin. Para Blok lo elemental es siempre un principio renovador, creador, musical, el cual, esperando su hora, se esconde en las entraas de la naturaleza, en las profundidades de la vida popular y csmica. Lo elemental es el espritu no reprimido y no reglamentado de la msica, es all donde nacen el cosmos y la armona; en la historia de la humanidad es donde se origina y alcanza su plenitud la cultura. Lo elemental es irracional y orgnico. Puede ser terrible y funesto, pero es garanta del futuro, por lo que siempre tiene razn, incluso en las destrucciones con que amenaza al mundo. Querer resistirle es tan insensato como querer impedir la tormenta o el terremoto. El papel del poeta es ser su escucha y hacerle eco, incluso si para l personalmente, hacerlo presagia la muerte.

    En cuanto a la civilizacin, sta es lo opuesto no solamente de lo elemental, sino tambin de la cultura. Es una costra fra y muerta que, fijada a la superficie de la vida cultural, le impide avanzar. Pero debajo, como bajo la corteza terrestre, bulle eternamente y se rebela la fuerza elemental, que, llegado el momento, surge y arrasa la civilizacin para dar origen, sobre su suelo an sin enfriar, a una nueva vida y una nueva cultura. En esta perspectiva, la historia universal est constituida primeramente por explosiones peridicas, erupciones volcnicas de lo elemental, despus de las cuales se vuelve a fijar la costra superficial, para fundar una civilizacin inerte donde la msica est ausente.

  • Este inmenso papel de lo elemental que lo trastorna, lo transfigura todo, es el que evoca Blok en Los Doce. Porque la revolucin, acogida por el poeta en un enfoque menos poltico que metafsico y musical, expresaba para l, con el mayor vigor, la apoteosis de la energa elemental; la misma apoteosis fue su poema Los Doce.

    Pero al calmarse la explosin y la tempestad de lo elemental revolucionario, cuando entraron en accin los principios de Estado, de organizacin y de orden (es decir, de civilizacin), Blok dej de or esta msica de la revolucin y el poeta call. No reneg de Los Doce, pero con el fin de lo elemental empez para l el tiempo del mutismo y de la asfixia. Blok muri pronto, como si hubiese entregado todo su ser, tanto fsico como creador, a ese poema en tan perfecta armona con la revolucin.

    Finalmente, hemos de sealar un tercer aspecto de esta pintura que Blok hace de lo elemental: su valor en s, su autojustificacin. En esto logra lo ms notable, ya que al mismo tiempo que legitima la revolucin como energa elemental, el poeta no sigue la va habitual de la idealizacin, de la glorificacin y del incienso. Por lo contrario, Blok escribi todo lo que vio en aquel entonces principios del ao 18ms sombro y siniestro: asesinatos, robos: desencadenamiento de una muchedumbre ebria o embriagada por su propio triunfo; tiroteos absurdos contra un enemigo invisible... Haciendo torbellinos con todo ello, perforando la negrura de la noche con la blanca nieve y el fuego de sus incendios, la present como un juego de claroscuro, coronado para concluir en un remate de luz o de contraste, con Jesucristo, fantasma ambiguo surgido de la cabeza de la revolucin.

    Tra ta ta... El eco suspiraY responde de todos los rincones,Y la brisa de una larga risaLo retoma y lo lleva lejos...

    Tra ta taTra ta ta

    Avanzan con paso soberano.Atrs, un perro sarnoso.Adelante, solo, delante de ellos,Bandera ensangrentada en mano

    InvisibleInvulnerable

    InsensibleInasequible

    Por el camino de rfagasPor perlas y palosCoronado de blancas rosasJesucristo encabeza la marcha.

    Esta sustitucin de los principios absolutos por la irona devastadora, del arte o del carnaval a la realidad, implica que la revolucin como fuerza, vale por s misma; que no tenemos por qu conminarla a decir si tiene razn o no. Es como es.

    La imagen de Cristo al final marca sin lugar a duda una aceptacin moral y emocional de la revolucin. Es, dira yo, la mstica de una emocin que, ms all de Blok y sus Doce, se remonta a la revolucin vista en conjunto, como manifestacin elemental. La explosin emocional, incluso en un individuo, mientras sea grande y significativa, no requiere de ninguna prueba o justificacin. Ms an, es irracional y algica.

  • Lo explicar con un ejemplo tomado de Los Hermanos Karamzov, de Dostoievski; del famoso captulo central titulado la rebelin, donde Ivn Karamzov devuelve a Dios su invitacin al Reino de los Cielos. Este captulo no slo es interesante por los argumentos planteados por el ateo detractor de Dios, Ivn, sino tambin por la reaccin de Aliocha ante algunos de sus argumentos, ya que Aliocha Karamzov es el ideal moral de Dostoievski, el portador viviente y activo de Cristo y del cristianismo en el mundo contemporneo. Ivn cuenta entonces a su hermano Aliocha una historia, la de los sufrimientos de un nio totalmente inocente: un viejo general, un hidalgo campesino, lanza sus perros contra su joven sirviente, un pequeo siervo, y la jauria despedaza al nio bajo la mirada de la madre. En seguida Ivn pregunta a Aliocha cmo habra sido necesario tratar a ese general, a fin de precisa satisfacer el sentido moral? He aqu la respuesta:

    Fusilarlo! pronunci suavemente Aliocha con una plida sonrisa crispada, levantando los ojos hacia su hermano.

    Bravo! rugi Ivn, exaltado Si eres t quien lo dice... Ah, qu monje!

    Despus Aliocha, como verdadero cristiano, corrige y aade: "He dicho algo absurdo, pero...

    La respuesta de Aliocha es absurda desde el punto de vista de las reglas morales del cristianismo que l ha adoptado y contina obedeciendo. Pero queda la reaccin emocional, inmediata del hombre que dice fusilar! en contra de sus argumentos lgicos e incluso morales. Tal es la fuerza de esta reaccin espontnea.

    Al trasladar la respuesta de Aliocha al periodo revolucionario, se comprende por qu la prctica de las ejecuciones y la expresin misma A muerte!, sbitamente tomaron un sentido tan elevado, hasta romntico. Pues cmo tratar de otra manera a un general que ha arrojado a los perros a un nio bajo la mirada de su madre? Probablemente responderiamos como Aliocha Karamzov: Fusilarlo!.

    Tal es la emocin inscrita en el corazn de este elemental mostrado y justificado por Blok en Los Doce. De all tambin que la palabra revolucin sonara para muchos como una forma de justicia superior.

    Sin embargo, quiz Blok se dej llevar por este elemental; tal vez lo sobrevalor? No, resulta imposible ver las cosas de una manera tan reductiva: se encuentran argumentos a favor del principio espontneo hasta en Pasternak, en su Doctor Zhivago, en la poca en que el escritor no siente entusiasmo alguno por la revolucin, a la que juzga negativa en muchos aspectos (incluida la manifestacin de su fuerza primitiva). El novelista crey conveniente, sin embargo, describirla como el momento ms elevado y ms exaltante, en que se crean la historia y la naturaleza:

    Un espectculo pasmoso... Las estrellas y los rboles reunidos conversan, las flores nocturnas filosofan y los edificios de piedra celebran mtines. Algo evanglico, no?

  • Todo esto se refleja en su recopilacin de versos Mi hermana, la vida, escrito durante el verano de 1971. Pero tal vez, se objetar, ste es fruto de la revolucin de Febrero, no de la de Octubre. Pues bien, no: en la Revolucin de Octubre tambin Pasternak vio la prolongacin de la fuerza primitiva. Y su Doctor Zhivago, por lo dems, propone un panorama cercano al de Blok, pero en tono diferente, realista:

    Yuri Andreivich entraba por una calle, luego por otra, y ya perda la cuenta de sus vueltas cuando de pronto empez a caer una tupida nevada, y se levant una tempestad, esta tempestad que en campo descubierto arrasa la tierra, aullando...

    Es sorprendente que, a ms de medio siglo de distancia, y partiendo de puntos de vista opuestos, Blok y Pasternak se hayan encontrado en una misma aprobacin emocional de lo "elemental", de su imagen metafisica as como sensible. Grandes debieron de ser su presin y su poder de seduccin para que dos poetas tan distintos, independientemente el uno del otro, se hubiesen sometido a l con una misma voz.

    LO "ELEMENTAL" EN SU INTERPRETACTN POPULAR

    Tomemos ahora otra capa social de este elemental emocional revolucionario. Deseo hablar de Serguei Esenin. Es sabido que el poeta recibi la revolucin con un entusiasmo comparable al de Blok, pero mantenindose, por decirlo as, ms cercano al terruo, ms nacional, pensando en el mjik, en el campesinado y en su fuerza revolucionaria. Y no sin razn: Rusia era esencialmente rural, y la revolucin traa consigo una ventaja inmediata para los campesinos: la tierra. Durante los aos revolucionarios fue Esenin quien desarroll, ms a fondo que otros, este aspecto del elemento espontneo propiamente campesino, el lado mjik inscrito en la revolucin.

    Sin embargo, fue l quien al mismo tiempo hizo perceptible el conflicto al oponer esta fuerza primitiva al nuevo sistema estatal, a la nueva civilizacin. Lo elemental haba originado la revolucin para, finalmente, no servir, aplastado por el orden nuevo.

    Desde muy pronto 1919 se revel en Esenin la contradiccin entre la espontaneidad campesina revolucionaria y el poder igualmente revolucionario; contradiccin que en su poesa tom la apariencia de la ciudad. Esta ciudad, en boca del poeta, significaba tambin otra cosa: la ofensiva de la nueva civilizacin:

    Ciudad, ciudad! en tu cruel grescaNos bautizaste como basura y carroa.El campo se paraliza de angustia con mirada turbia, Asfixiado por los postes del telgrafo.

    Musculoso es el cuello diablico,Y poco le pesan las fajinas de fundicinY qu? No es la primera vezQue nos tambaleamos, que nos perdemos.

    Debe ser un error en el texto impreso, pues Pasternak falleci en 1960. (Nota del corrector digital)

  • De qu se trata esto? De la ofensiva de la ciudad contra el campo? Al parecer, s. Pero en realidad es la de la nueva civilizacin contra la espontaneidad revolucionaria que la engendr. El Estado combate esta espontaneidad que, sin saberlo, contribuy a erigirlo.

    Un poema de 1920, Sorokust (Oracin de los muertos), describe en vivo una escena singular: un potrillo corre por la estepa, tratando de alcanzar a un tren. Para Esenin esta competencia entre el caballo vivo y el caballo de hierro est preada de smbolos. El mismo ao comentaba este episodio en una carta a E. Livchitz:

    Aqu tiene usted un caso elocuente... bamos en tren de Tijorestskaa a Piatigorsk... Vemos un potrillo que con todas sus fuerzas galopa detrs de la locomotora. Por su forma de galopar nos damos cuenta pronto de que se ha propuesto pasarla. Corri mucho tiempo as, hasta que cerca del fin se cans y lo atraparon en una estacin. Este episodio, insignificante para algunos, significa mucho para m. El caballo de hierro ha vencido al caballo de carne y hueso, y ese potrillo es para m la imagen concreta, querida, agonizante, del campo, as como el rostro de Majn. En nuestra revolucin, uno y otro se parecen infinitamente a este potrillo, a esa fuerza viva que rivaliza con la del hierro.

    La comparacin entre el potrillo y Majn es sorprendente. En efecto, Nstor Manj es en la revolucin el movimiento campesino anrquico, espontneo. Un movimiento al que Esenin se siente cercano. Esenin participa en la revolucin y concretamente la ayuda a triunfar. Al mismo tiempo entra en conflicto con el nuevo poder del Estado, y termina por ser liquidado.

    El destino ltimo de lo elemental, visto por Esenin, aparece en un poema de 1923, de la serie Mosc de las tabernas:

    Aqu estamos bebiendo, peleando, llorando,El acorden esparce su amarilla desesperacin.Cuando cada quien maldice sus penas, sus desgracias,La Rusia de antes le viene a la memoria...

    Todos hemos perdido para siempre un tesoro.Oh mi profundo mayo azul! Oh junio color celeste!Reina por ello un olor a cadveren este vaco de alcohol y de opulencia?...

    Hay maldad en sus miradas histricasY rebelin en sus violentos discursos.Compadecen a esos idiotas, a esos jvenes romnticosQue sacrifican su vida a los sueos del momento.

    Los compadecen pensando en Octubre cruelQue en su nevada tormenta los enga.Y ya se afila con nueva audaciaEl cuchillo en la bota bien escondido...

    No! Someterlos nadie puede lograrlo.Dicen mierda a todo porque estn podridos.T, mi Rusia... sagrada... Ru... sia, Tienes matices de Asia!

    Majn y Manj, contradiccin presente en el texto impreso. (Nota del corrector digital)

  • Los borrachos de la taberna recuerdan a la vieja Rusia moscovita manifiestamente como principio elemental de desenfreno y bandidaje del difunto Imperio, al tiempo que re-memoran su reciente pasado revolucionario. Como Esenin, todos estn decepcionados de la revolucin, listos para un nuevo movimiento espontneo, pero esta vez en forma de pillaje y delincuencia. Descomposicin, podredumbre, pero tambin recuerdo del primer y bello impulso de la juventud.

    Se lamentan por ellos mismos cuando compadecen a los jvenes que sacrificaron su vida por la revolucin. Aquellos que partieron ms lejos (en el mismo poema), son los comunistas que olvidaron a sus viejos camaradas, que olvidaron la espontaneidad popular en que se apoyaban en otros tiempos.

    Como comentario a esta visin de los bajos fondos como lo elemental revolucionario, aunque ya viciado y podrido, podemos citar una carta del poeta, de fecha 7 de febrero de 1923, dirigida a Alexander Ksikov, viejo camarada del movimiento imaginista. Esenin se encontraba entonces en el extranjero, Ksikov prcticamente haba emigrado y su amigo le escribi desde Occidente esta carta, que nunca fue publicada en la URSS. A Esenin no le gustaba Occidente; ya deseaba regresar a la patria. Pero en su patria, en Rusia, nada bueno lo esperaba y l lo saba:

    Sandro, querido Sandro! Siento una angustia mortal, insoportable, aqu me siento ajeno e intil, y cuando pienso en Rusia, pienso tambin en lo que all me espera y se me van las ganas de regresar. Si estuviera solo, si no estuvieran mis hermanas, mandara todo al diablo y partira solo al frica o a alguna otra parte. Siendo un hijo ruso legtimo me duele el corazn al ser tratado en mi pas como un bastardo. Estoy harto de esta puta condescendencia de las gentes del poder y me da todava ms asco el tener que soportar la imagen de todos mis cofrades lamindoles las botas. No puedo! Por Dios que no puedo! Es para desesperarse o tomar un cuchillo y plantarse sobre la carretera! [es decir, dedicarse a bandido A .S.].... Estoy hundido en un rabioso abatimiento. No llego a entender a qu revolucin pertenec. No veo ms que una cosa, que aparentemente no fue a la de Febrero ni a la de Octubre. En nosotros se esconda y se esconde an algn Noviembre...

    Aqu, noviembre significaba una tercera, una futura revolucin dirigida contra el nuevo modelo de estado. Y desde entonces, los versos del poema se vuelven claros. "Y ya se afila con nueva audacia/El cuchillo en la bota bien escondido". Lo cual es contar con esta nueva rebelin como la de Pugachev, retirada en los bajos fondos con el recuerdo de su vieja franqueza. Claro que esto ya no es revolucin, sino sus deplorables desperdicios humanos refugiados en la taberna, mezclados con otra vastsima fuerza primitiva, criminal o casi criminal: la de los bandidos, rateros y rufianes... Pero es interesante que Esenin ponga ese nuevo medio en relacin con la revolucin de Octubre, que despus de haber utilizado este elemento primitivo lo engaara o dominara a pesar de las esperanzas del poeta de que a ellos, que como nosotros dicen mierda a todo, nada pueda someterlos...

  • LO INSTINTIVO Y LA AUTORIDAD

    Es cierto que las imgenes poticas no expresan toda la complejidad de los procesos reales: nos los muestran generalizados, como en estado puro. Para evocar ms concretamente el instinto revolucionario en su realidad histrica, tomar la novela de Frmanov, Chapiev (1923). Se trata de una obra que estticamente no se eleva mucho, pero en este caso preciso, las insuficiencias del escritor tienen la ventaja de ofrecer un documento de gran importancia fctica, en el cual personajes y acontecimientos hablan por si mismos, y a ratos dicen ms de lo que habra deseado el autor.

    Lo que nos interesa aqu es la figura de Chapiev, en colores vivos, como tomada de las profundidades de la vida para levantarse y hacer la historia. Elevado al rango de los eminentes jefes del ejrcito de la revolucin, Chapiev proviene de un medio campesino, de la plebe. Est lleno de odio al antiguo rgimen, a los hidalgos, los comerciantes y el ejrcito zarista, y dispuesto a dar su vida por la revolucin. Pero tambin est lleno de animosidad y recelo hacia los estados mayores rojos que lo frenan, y segn l, le impiden pelear de verdad. En otros tiempos conoci anarquistas que seguramente satisfacan mejor su naturaleza instintiva. Ahora en el frente, tal como lo describe Frmanov, en el papel de jefe militar, Chapiev es bolchevique original, no educado, en estado bruto. Basta mencionar que antes del combate se persigna a escondidas, lo que evidentemente no sienta a un co-munista, y suscita en el autor conmiseracin y reprobacin.

    En el carcter de Chapiev se percibe fcilmente un lazo visceral, atvico, con figuras histricas del tipo de Stenka Rzin o Pugachev, jefes de rebeldes campesinos de los siglos XVII y XVIII. En el rubro "Biografa de Chapiev", Frmanov anota este detalle:

    - Sabe Ud. quin soy yo? me pregunt Chapiev con un brillo de inocencia y de misterio en los ojos Nac de la hija del gobernador de Kazn y de un artista gitano...

    Frmanov no atribuye gran importancia a esta informacin y la relata como un rasgo suplementario de la singular y caprichosa personalidad de su hroe. Pero este hecho, autntico o inventado, es muy interesante en si. Pues Chapiev tiene la sensacin de ser una especie de impostor de la vieja Rusia, como un zar popular que posee intrnsecamente el derecho de aspirar al poder y al amor de todos. Este detalle acerca an ms del hombre y la personalidad de Chapiev a la tradicin rusa de los rebeldes espontneos como Rzin o Pu-gachev...

    Ante este trasfondo interviene en el papel de sopln y de vigilante enviado del Partido, Fedor Klychkov, personaje en el que fcilmente se reconoce al autor. Comienza entonces un nuevo tema que me parece que ni el mismo Frmanov sospecha, y al que yo llamara de la lucha por el poder de la lucha que entabla Fedor Klychkov-Frmanov, y a travs de l, el Partido y el Estado, para imponer su dominio a ese jefe de guerrilleros populares, Chapiev.

    Desde el principio, la novela trata de ello, y de modo bastante preciso: Fedor Klychkov (Frmanov) es colocado cerca de Chapiev para vigilarlo, informar de sus actos y sus gestos, y poco a poco, como si nada, dirigirlo y mandarlo. La revolucin popular se

  • vuelve peligrosa para el nuevo poder; en todo caso, difcil de contener; entonces le envan al comisario, es decir, al espa del Estado. Segn Frmanov, Chapiev no es tanto sujeto de entusiasmo como objeto de observacin al que hay que dominar. El autor fija con una probidad y una minucia de escribano forense todos los defectos de su hroe, as como tambin todas las cualidades que pueden servir al ejrcito rojo y al nuevo Estado. En esto Frmanov-escritor fue ayudado por su papel de observador, de encargado de misin que desempe al lado de Chapiev. Nunca lo halaga; lo juzga a sangre fra, lo sopesa, de alguna manera, en la balanza del Estado y del Partido.

    Frmanov piensa mucho en la forma de someter a Chapiev; de hecho, no piensa en otra cosa. Para lograrlo necesita ante todo el prestigio de la autoridad. As, como hombre inteligente, evita inmiscuirse en las operaciones militares, de las que no entiende nada, y trata de imponerse a Chapiev por su ciencia y su conocimiento de la poltica nacional. Esto es lo que dice con toda franqueza de s mismo y de sus preocupaciones:

    Pero cmo ganar autoridad? A Chapiev hay que tomarlo por el espritu. Enardecer su aspiracin de saber, de ciencia, de horizontes vastos... En eso, Fedor conoca su superioridad y estaba convencido de antemano de que no haba ms que una cosa que hacer: despertar a Chapiev, y para l el anarquista y el guerrillero todo se acab; poco a poco se podra, con prudencia, pero perseverando, despertar su inters en otras cosas. Fedor tena gran confianza en sus propias fuerzas, en sus capacidades. Chapiev era un ser fuera de serie, sin nada en comn con los dems; cierto, sera tan difcil de domar como un caballo salvaje de la estepa, pero... a los caballos salvajes finalmente llegamos a domarlos! Pero, era necesario? La pregunta quedaba planteada. No seria mejor abandonar a los caprichos del destino esta bella figura, singular y deslumbrante, y dejarla perfectamente intacta? Que brille, que se jacte, que deslumbre como una piedra multicolor! Klychkov tuvo este pensamiento, pero en el marco de la lucha gigantesca, le pareci ridculo y pueril a la vez.

    La idea de dejar intacta la figura de Chapiev, en s tan sobresaliente y digna de admiracin pas por Frmanov y desapareci inmediatamente bajo la presin del sentido comn poltico. Para l, lo esencial era educar a Chapiev en el sentido del Partido y obtener su sumisin...

    La novela es interesante como documento auto-acusador que revela la astuta tctica totalitaria del Partido para con el hombre y la humanidad. A pesar de toda su bondad hacia su hroe, Frmanov no ve en l ms que materia bruta a partir de la cual quiere modelar el personaje para que sea lo ms til al Estado. Chapiev es para l un nio talentoso, pero nada ms un nio, que hay que educar y dirigir.

    Sin embargo, el poder nace tambin en el interior de las fuerzas primitivas, no siempre les es impuesto del exterior. Aqu intervienen complejos procesos de transicin de un principio al otro, de formacin de la civilizacin en el seno mismo del elemento primitivo.

    Tomemos el relato de Babel: La muy autnttca vtda de Pavlichenko, Matvi Rodionitch, del ciclo Caballera roja. Esta vida es estilizada en forma de un relato hecho por el interesado, o ms precisamente en la forma que habria nodido tomar si ste lo hubiese narrado. Sin embargo esta biografia est basada en un personaje completamente real: Apanasenko. El relato de Babel nos permite formarnos una idea bastante objetiva de lo que fue la revolucin como conversin de los ltimos en primeros, conversin de

  • esclavos de ayer en amos de hoy. El hroe del relato, Pavlichenko, no es un simple soldado, sino un importante jefe militar, un general rojo. Se considera ejemplo y modelo para toda la humanidad oprimida que, ahora con la revolucin, asciende al poder. l mismo lleg a general, mientras que en otros tiempos cuid cerdos, y ve en su destino el de todo el pueblo trabajador. Por cierto, Chapiev en su juventud fue pastor. El camino de Pavlichenko de porquerizo a general describe el itinerario tpico del jefe del ejrcito en la poca de la revolucin. Al mismo tiempo, es un hijo de la naturaleza, pero que se ha abierto paso, que ha ascendido hasta colocarse entre los grandes jefes. Este elemento resuena en Babel a travs de un lenguaje que recuerda un poco a Los Doce de Blok, y que en la narracin de la vida de Pavlichenko irrumpe por un breve momento (el tiempo de un prrafo) como un trozo de poesa pica popular o de cancin a la gloria de la revolucin. En unas cuantas frases ritmadas como canciones y marcadas por una estilizacin manifiestamente folclrica, se nos presenta la vuelta que ha dado una vida, el momento en que un miserable antes humillado, de rodillas, se encuentra ahora dueo de la situacin.

    "Pues si, chicos de Stavropol, mis paisanos, camaradas, mis queridos hermanos [...] cinco aos dejados en la perdicin hasta el da en que yo, el perdido, recib la visita del buen ao de 18. ste lleg montado en alegres corceles, en caballos de Kabarda, seguido de un gran squito de equipajes y de canciones de todo tipo. Ah mi hermoso, mi buen aito 18! Festejaremos otra vez juntos, sangre de mi vida, mi buen aito 18?"

    Estas pocas lneas restituyen toda la fuerza de atraccin que ejerca la revolucin sobre miles y miles de personas. No slo seduca por haber proclamado nuevas ideas, y tampoco nicamente por prometer el oro y el moro. La revolucin era para las masas que la realizaban, aparte de todo lo dems, un fin. La misma fiesta que en Los Doce, de Blok. La revolucin es presentada aqu como un fabuloso festn de la vida: un festn de reyes.

    Pavlichenko se presenta, pues, en casa de su antiguo barn, Nikitinski, y le anuncia que le lleva una carta de Lenin. El otro se asombra:

    "-Una carta para m, Nikitinski?-Para ti, amigo, y saco el libro de instrucciones, lo abro en una pgina en blanco y leo, a pesar de ser analfabeto hasta la mdula: "En nombre del pueblo, al que yo leo, y por la edificacin de un futuro radiante, ordeno a Matvi Rodionitch Pavlichenko quitar la vida a diversas personas, conforme a las decisiones que juzgue conveniente tomar..."

    Por qu era necesaria esta mtica orden de Lenin? No poda Pavlichenko ajusticiar a su barn sin que llegaran rdenes de arriba? Por supuesto que s. Pero aqu nos encontramos en presencia de una situacin de Juicio Final, la cual exige, en consecuencia, instrucciones superiores, casi divinas, emitidas por el mismo Lenin. Para el hroe no basta saciar su sed de venganza, necesita sentirse como el amo supremo que salvaguarda las sanciones superiores confiadas por Lenin

    Pero, por otro lado, esos fantsticos y fabulosos plenos poderes recibidos directamente de Lenin para hacer la justicia a su gusto, corresponden totalmente a la verdad histrica concreta del momento, a la prctica jurdica de esos aos. Pues en esa poca no se juzgaba segn la ley, sino segn la voz y el deber de la conciencia revolucionaria. Pavlichenko no viola en ningn momento las normas jurdicas del periodo revolucionario; es la voz de su conciencia, la entraa de su clase la que le dicta que el noble Nikitinski debe ser liquidado. Tal es pues la ley, tal es la orden recibida de Lenin en persona...

  • La justicia sumaria ejercida por Pavlichenko contra el barn aparece en Babel bajo una doble perspectiva. Por un lado, el ex-pastor no carece de cierta justificacin moral: para l no se trata de un odio gratuito sino de una venganza motivada por razones personales y de clase, por las ofensas soportadas antes: por su mujer Nastia, por su mejilla que dice arder y arder hasta el Juicio Final por sus aos de servidumbre.

    Pero, por otro lado, en el instante del triunfo y del ajuste de cuentas, Pavlichenko no inspira simpata. Pues si su accin se puede justificar moral y emocionalmente, la perpetra con una bajeza espantosa. El precio que hace pagar al barn es verdaderamente monstruoso: lo patea, obteniendo con ese suplicio a fuego lento, un alivio fsico y moral.

    ... Entonces di puntapis a mi noble Nikitinski. Lo pate durante una hora o tal vez ms, y durante ese tiempo conoc plenamente la vida. Les puedo decir que con una bala solamente se puede uno deshacer de un hombre: una bala es hacerle un favor y por ello es de una asquerosa facilidad; con una bala no se llega hasta el alma para ver en qu parte del hombre anida y a qu se parece. Pero en esos casos yo no me contengo; yo, en esos casos, pateo al enemigo durante una hora o quiz ms; me vienen ganas de conocer la vida y cmo anida en nosotros.

    No se trata de sadismo o de una aberracin psquica de la naturaleza. Pavlichenko patea al noble porque esa forma de ejecucin corresponde al sentimiento de clase que tiene de s mismo el ex-porquerizo convertido en general. Antes se encontraba abajo, en el lodo, tirado, ms bajo que un bajo fondo. Ahora toca al noble conocer ese bajo fondo y quedarse all lo ms que se pueda. Por esto, Pavlichenko dice que mientras lo pateaba, conoci plenamente la vida, se sinti en la cumbre de la felicidad. Para l, fue un segundo nacimiento, en el cual se sinti, en toda la extensin de la palabra, dueo de la situacin. La idea de poder es capital aqu, ya que el poder es lo esencial para la revolucin y la lucha de clases. Esta idea de poder es para Pavlichenko tan grande, tan universal y preciosa en s, que el simple hecho de matar al barn habra sido un favor. No hay que contentarse con aniquilar al enemigo, hay que patearlo: as se llega a la conciencia del poder.

    La ltima frase del relato es en verdad terrible: Pavlichenko se ha habituado a patear al enemigo. No siente la plenitud de la vida ms que cuando siente la plenitud del poder, un poder sangriento ejercido sobre el prjimo.

    La revolucin engendra un poder sin equivalente en la historia, un poder que no conoce la piedad ni la clemencia, ni la saciedad Pues la piedad lo perjudicara. Es el juicio de la eternidad, el Juicio Final.

    Al parecer Babel estaba consciente de la espantosa verdad que traduca su relato. En su diario se puede leer algo acerca de Apanasenko, quien fuera el prototipo de Pavlichenko: "La nueva generacin: pequeos burgueses : una nueva raza... de pequeos burgueses". Ello tena que ver, obviamente, con esa sed de poder y de triunfo que posea a los jefes polticos y militares de la nueva clase victoriosa. Terrible haba sido el poder del barn sobre el pastor privado de todos sus derechos, pero ms terrible an era ahora el del vencedor sobre el barn.

  • CAPITULO II

    L A U TO P I A R E A L I Z A D A

    EL PODER DE LA IDEA

    Hasta ahora hemos examinado la revolucin como manifestacin de fuerzas elementales. Ahora nos colocaremos en el punto de vista de la idea: la idea realizada en la prctica, concretada en la vida, en la sociedad, en una organizacin estatal que se considera a s misma como el modelo ms completo, el mejor en la escala de la historia universal. Nos encontramos, por tanto, ante la utopa realizada con pretensiones de hegemona mundial.

    Se sita en una doble relacin tanto con el mundo (en el espacio), como con la historia (en el tiempo). Por un lado se propone y se impone al resto de la humanidad, dando la impresin de abrir los brazos y de invitarla a entrar al crculo de la gran idea triunfante. Por el otro, se asla en todas las formas posibles del resto del mundo, como de un medio extrao e intrnsecamente peligroso. La idea del cerco capitalista (aun cuando nada de esto existe ya) desempea el papel del mar alrededor de la isla que debe ser la Utopia. Una isla que ocupa ya un vasto continente y no deja de extenderse, pero no por ello deja de considerarse a si misma como tal en medio del ocano. El expansionismo se combina aqu con el aislacionismo extremo, y esto se entiende desde el punto de vista del Estado ideal o de la idea triunfante, ya que la utopa realizada se concibe a si misma como doctrina y sistema universales; al mismo tiempo, es la sola y la nica, y no puede admitir en su seno ninguna otra idea.

    En lo que respecta a la historia, observamos un fenmeno anlogo, la misma dualidad. Por una parte, la historia de la humanidad es considerada como una preparacin lenta y necesaria de esta etapa superior que es la coronacin de todo. Por tanto, nosotros somos los herederos de la historia mundial, y su ltima palabra; los ms grandes espritus de la humanidad, los espritus del progreso, nos han predecido y previsto. En consecuencia, toda la evolucin del pensamiento humano conduce a la gran utopia, realizada al fin en el socialismo triunfante. Pero, por otra parte, como jams haba alcanzado alguien tal resultado, la historia de la especie humana es imperfecta, comparada con esta grandeza alcanzada al fin: vivir en la poca de la idea realizada. El trmino de utopa toma tambin, algunas veces, en el uso sovitico, un dejo de desdn. Los utpicos son los que no hacen ms que soar y fantasear con el futuro radiante, sin conocer las vas reales que permiten llegar a l, contrariamente a nosotros que conocemos y que alcanzamos el fin. La utopa realizada critica siempre, ms o menos duramente, al pasado, porque es consciente de su propia superioridad. Antes de Marx, los grandes espritus de la humanidad, cercanos a nosotros en pensamiento e intereses, eran vctimas de sus histricas limitaciones de clase: se equivocaban, no vean ms que un aspecto de las cosas, no se encontraban en posibilidad

  • de comprenderlo todo, ni de preverlo. Podemos concederles, en el mejor de los casos, la excusa de no haber vivido en la poca del socialismo maduro o triunfante. Nuevamente obtenemos un sentimiento de superioridad histrica, social, intelectual o de otra ndole. De tal modo qu, por un lado, en el espacio, como lo escriba Maiakovski:

    Los soviticos tienen su orgullo:a los burgueses,

    los miramosde arriba abajo.

    Por el otro en el tiempo, en la historia , retomando las palabras del poeta:...Las Batallas de las revoluciones

    son ms serias que Poltava,*Y el amor

    es ms grandioso que el amor

    de Oneguin

    Este sentimiento de superioridad se encuentra invariablemente asociado a la nocin de hombre sovitico. En general no se trata de alguna cualidad personal de un individuo, que debe ser modesto: es la consecuencia de pertenecer al mundo superior de la civilizacin sovitica el mejor entre todos, de pertenecer a la utopia realizada. La dicha de vivir en pas sovitico y en la poca sovitica siempre ha inspirado a incontables autores. Fue sin duda Uri Olesha quien, en 1935, tradujo ms claramente esta visin del mundo:

    Nosotros, jvenes poetas, no comprendemos el horror del mundo en que vivimos [antes de la Revolucin, A.S.]. Era un mundo opaco, antes de la gran explicacin del mundo. Ahora yo vivo en un mundo explicado. Entiendo las causas. Una inmensa gratitud que no puede expresarse ms que en la msica, me invade cuando pienso en los que cayeron para que el mundo fuese explicado, para explicarlo y reorganizarlo.

    Esta retrica intelectual se asemeja a la famosa tesis marxista segn la cual, antes, los filsofos intentaban explicar el mundo, mientras que la tarea consiste tambin en reorgani-zarlo. El marxismo, y sobre todo el leninismo, desplazan el acento, de la teora a la prctica. De la utopia a su realizacin. Sin embargo, esta prctica y esta realizacin mismas hacen que el hombre que se encuentra por primera vez en este mundo, sbitamente lo vea armonioso y comprensible. Como si pasara de un bosque oscuro y profundo a un vasto y claro cuartel: el cuartel de la civilizacin sovitica. No es simplemente un sueo lo que se ha realizado, es la utopa cientficamente construida y cientficamente organizada. Es al fin el mundo racional que comunica su racionalidad a todo lo que le ha precedido y a todo lo que le rodea. El hombre que lo habita, adems de experimentar emociones exaltantes, se adhiere a ese estricto plan, encuentra para l mismo y para todo un lugar determinado dentro de este esquema.

    De esta manera, la utopa realizada nos lleva a introducir en los procesos elementales un claro aspecto intelectual e ideolgico que hemos de analizar en los hechos y tratar de ubicar en el curso de la historia.

    * Poltava, poema de Pushkin(1828) acerca de la victoria de Pedro el Grande sobre Carlos XII de Suecia. Asimismo, evoca el sentimiento nacional.

  • El siglo xx es, entre otras cosas, el de las utopias realizadas o en vas de serlo. Utopas que al realizarse casi siempre toman la forma de un Estado ideolgico o ideocrtico, de una sociedad fundada sobre tal o cual doctrina. No son los pueblos ni las doctrinas los que suscitan la formacin de estos estados: es en gran parte la ideologa que, al concretarse, se fundamenta a s misma, ms o menos cientficamente. El fenmeno se manifiesta en todas partes, desde la Alemania hitleriana hasta el rgimen de los Khmers rojos. No nos detendremos en la diversidad de sus formas y matices, ya que nuestro objetivo es estudiar la variante sovitica de la utopia realizada. Sobre todo porque la Rusia sovitica fue adelantada en este terreno, ella dio el ejemplo. El proceso de formacin de esos Estados ideolgicos de un tipo totalmente nuevo es extremadamente rpido y va acompaado de colosales sacudidas sociales. Al triunfar la idea, alinea en s misma la vida de la sociedad, reorganiza el mundo a su imagen.

    Esta supremaca de la idea se observa incluso donde, segn su propia lgica, la idea debera tener un papel secundario. Es visible en el marxismo que ha tomado cuerpo en la Rusia sovitica en forma de idea dirigente; y ello a pesar de su propia tesis segn la cual la revolucin socialista debe producirse primero en los pases industrialmente desarrollados, all donde el proletariado es mayora y la economa se encuentra preparada para esa transicin; incluso, a pesar de su tesis fundadora que afirma que el ser determina la conciencia, y por tanto la idea, y no al contrario. Ahora bien, en la prctica es la idea la que lo transforma todo, la que prevalece sobre todo.

    En la novela de Boris Pilniak, El ao desnudo, escrita en 1920, hay una curiosa discusin entre dos bolcheviques. Son gentes de una estirpe especial, muy poco numerosa, pero que no por ello se esfuerza menos por vencer la realidad por la idea, tratando de convertir a la miserable, la inculta y aterradora Rusia en el mundo luminoso de la utopa socialista:

    ... por la noche, en el hogar, habindose quitado las botas y desentumido voluptuosamente los dedos, habindose levantado, a gatas, lo mejor que pudo, en su lecho, hacia la bombilla, Egor Sobatchkin tom un folleto que ley durante largo tiempo, y luego se volvi hacia su vecino, absorto en la lectura de Izvestia:-Qu crees t, camarada Makarov? La vida de los hombres, es el ser el que la determina, o bien es la idea? Porque, si pensamos en ello, tambin en la idea est el ser.

    Eso no lo invent Pilniak. La historia de la civilizacin sovitica nos ofrece gran cantidad de ejemplos en que la idea misma se experimenta como ser, casi como ms importante que el ser, y si el ser no puede o no quiere corresponder a la idea, tanto peor para l... Es conocida la tesis marxista-leninista segn la cual Marx puso en pie la dialctica de Hegel. Ahora bien, hay un hecho notable: el marxismo al realizarse, se puso a s mismo de cabeza; y sobre esta cabeza se construy la sociedad nueva. En adelante, la conciencia determina al ser. La ideologa determina la poltica, y la poltica determina la economa. La utopa marxista cientfica se ha realizado pero, por decirlo as, a la inversa, con los pies hacia arriba.

    Nada hay de sorprendente, pues, en que la literatura de nuestro tiempo haya presentado tal desarrollo de la "antiutopa". Tambin se han escrito utopas y se continan escribiendo, pero como prolongaciones de la tradicin antigua. Mientras que esta oleada de anti-utopias, desde el Nosotros de Zamiatin, pasando por las novelas de Huxley o de

  • Orwell, constituye un fenmeno radicalmente nuevo. Y tambin aqu, el precursor del gnero en la literatura rusa fue Dostoievski con su "Leyenda del Gran Inquisidor", con los proyectos de Chigaliov y de Verjovenski en Los Endemoniados. Por la dcada en que Dostoievski escriba sus anti-utopas, pocos les daban crdito. Nosotros, con nuestra experiencia del siglo xx, hemos credo en ellas. Y esto, as como el auge de la antiutopia literaria, confirma que vivimos en el mundo de la utopa realizada, y que sabemos lo que cuesta. Por lo dems, el propio gnero de la anti-utopa no es simplemente un rechazo o contradiccin de la utopa, sino que expresa la utopa realizada, lo absoluto convertido en realidad. Cierto, es una realidad diferente de la que se haba supuesto al principio... pero ste ya es otro aspecto del problema: por qu el ideal, al convertirse en realidad, cambia de aspecto hasta ser, a veces, irreconocible?

    A ello debemos aadir que en el siglo xx, la corteza terrestre se ha puesto en movimiento y la historia ha quedado marcada por el paso de la idea al acto, a una accin de vastas proporciones y de transformacin brutal. Visto desde aqu, el siglo XIX parece un periodo apacible, ponderado, relativamente pobre en acontecimientos.

    Para simplificar la comparacin, me permitir evocar mi propia experiencia de lector. Un da tuve que compulsar unas muy serias revistas rusas del fin de siglo, con nmeros del ao nuevo en que se saludaba al siglo xx con extensos estudios sobre el porvenir prximo. Futurologa, diramos hoy, acompaada de las felicitaciones de rigor. Haba (lo recuerdo bien) voluminosas revistas liberales como La Riqueza Rusa y El Mensajero de Europa. Los artculos iban firmados por respetables sabios, profesores, historiadores y socilogos que expresaban al lector sus reflexiones y esperanzas del siglo naciente. Ese gnero de pronsticos fundados sobre un anlisis objetivo y cientfico de la realidad contempornea rara vez se confirma. Sin duda porque entonces se proyectan en la lnea recta las tendencias estables y manifiestas del momento. De tal modo que el futuro parece una simple prolongacin, consolidada y mejorada, de la poca actual. Tal era el caso de esas previsiones sobre el nuevo siglo, que dedicaban gran espacio a las fantasas ms sonrosadas, conforme a las ideas y a las normas progresistas del siglo XIX. All se expresaba, en especial, la firme conviccin de que el siglo XX presenciara el fin de las guerras, de una vez por todas; al menos, entre los pueblos civilizados. En las condiciones histricas de entonces, las guerras, muy poco lucrativas, iban ya en regresin. Adoptaban cada vez ms un carcter localizado, limitado, como la guerra de los boers, que estall durante el cambio de siglo. El mismo grave conflicto franco-prusiano haba sido bastante circunscrito. La ltima verdadera gran guerra era la invasin napolenica, de comienzos del siglo XIX, y pareca ser un reflejo irreal y lejano de la Antigedad, una tentativa romntica y desdichada de imitar a Julio Csar. Tales enfrentamientos quedaran excluidos en el porvenir: el desarrollo de la civilizacin europea, de la industria, de la ciencia y de la tcnica impedira esos encuentros econmicamente perjudiciales, incluso para la parte atacante y victoriosa. Las guerras entraaban la ruina generalizada de la economa mientras que la produccin, el mercado y los intercambios se hacan en escala mundial. En adelante, sera mucho ms prctico, normal y lgico, resolver los conflictos internacionales, ya no por la guerra, sino por medio de negociaciones comerciales y diplomticas.

    Debo reconocer que, en una primera lectura, tales pronsticos seducen por su fuerza de persuacin cientfica. Tienen de su parte la lgica, los hechos, las estadsticas, el

  • argumento demostrativo. Parecen irrefutables. Dirase que la historia debe pasar siempre as de un siglo a otro. Mas nosotros que vivimos en los finales del siglo XX recordamos haber conocido, desde su principio, crisis y cataclismos mundiales sumamente nocivos e ilgicos desde el punto de vista del sentido comn, y recobramos la cordura para rechazar la ilusin cientfica inspirada por un siglo XIX relativamente logrado: progresista, positivista y pacfico.

    Esta comprensin de s mismo y de la vida que reinaba en el siglo XIX no nos la ofrece Dostoievski sino, antes bien, el tranquilo y optimista Julio Verne, cuya magnfica obra est imbuida de serenidad cientfica. El can que nos enva a la luna, el Nautilus... Todo parece pacfico, prometedor y, con el tiempo y la evolucin, perfectamente accesible. La solucin de todos los problemas cruciales pertenece al progreso que, lenta pero seguramente, lleva a la humanidad hacia la meta prometida. En ese sentido, el propio marxismo no es ms que una variante ms radical de la teora del progreso destinado, se le quiera o no, a llevar a la humanidad a la prosperidad cientfica. De hecho, la ciencia, ao tras ao, marca unos puntos hacia un dominio total de la naturaleza. Y paralelamente, va en marcha la humanizacin del individuo y de la sociedad. Se llegue como se llegue mediante evolucin o revolucin, est asegurado el porvenir radiante.

    Y de pronto, he aqu que despus de todo este camino recorrido, despus de todas estas esperanzas de ao nuevo, desembocamos en un siglo XX que ya no es hipottico sino real, en el siglo de las utopas realizadas, en que todo es diferente de las previsiones de los sabios. Las guerras y los sismos ms opuestos a la naturaleza sacuden el globo. Las transacciones comerciales ya no cuentan ms que las relaciones diplomticas. Los pueblos civilizados caen en la barbarie de las ejecuciones y las deportaciones en masa. Alemania, tan respetada, instituye las cmaras de gases. El salto, del reino de la necesidad al de la libertad, ha cedido el lugar a una esclavitud tal que la humanidad nunca la habla imaginado. La fsica pierde la medida y el peso, se vuelve relativa al alcanzar la cumbre del progreso cientfico y tcnico: la posibilidad de un sucidio total, universal. La bomba nos incita a preguntarnos si, acaso, el fin ltimo del desarrollo mundial no es la desaparicin de la vida como tal, si la vida no est llevada a terminar: tal sera la resultante del hombre y de su misin. En suma, la historia y el progreso no han dado en el blanco...

    LA PRDIDA DEL SENTIDO EN LA HISTORIA

    La gran utopia, o anti-utopa (llmenla como quieran) no se habra realizado en Rusia sin la Guerra Mundial. Pero tambin aqu, no estoy considerando, de momento, las muta-ciones sociales y polticas que provoc, sino tan slo su aspecto intelectual y semntico. Esta guerra no tena sentido, no se justificaba por un argumento razonable de algn peso. Comparadas con la primera Guerra, la segunda Guerra Mundial y hasta la Guerra Civil son mucho mejor pensadas e inteligibles. La primera Guerra Mundial fue como una pesadilla, un delirio sin lgica ni racionalidad. Todos se preguntaban por qu razn y con qu fin los pueblos civilizados de Europa, cuando haban llegado a unas formas de gobierno relativa-mente liberales y al desahogo material, al humanismo y a la instruccin, de pronto se

  • haban lanzado a aquella carnicera, exterminndose unos a otros de manera increble. No haba respuesta, y sigue sin haberla. Y este absurdo de la guerra mataba y aniquilaba tanto, tal vez, como el horror fisico. En un artculo intitulado La Intelligentsia y la Revolucin, Alexander Blok escriba a propsito de la guerra mundial, de la cual Rusia prcticamente se haba retirado:

    Europa se ha vuelto loca: la lite de la humanidad, la lite de la intelligentsia, permanece estancada desde hace aos en un pantano, permanece estancada con conviccin (no es esto simblico?) sobre una estrecha franja de tierra, de un millar de verstas de longitud, que se llama frente... es difcil saber qu repugna ms: esta efusin de sangre o esta ociosidad, este hastio, esta vulgaridad; ambos tienen por nombre gran guerra, guerra patritica, guerra por la liberacin de los pueblos oprimidos o cualquier otra cosa. No, bajo esos auspicios, no se liberar a nadie.

    Desde luego, todos se preguntaban, y con creciente agudeza, cmo salir de aquel absurdo. Y se abra paso una exigencia lgica, una idea que tomaban por su cuenta los bolcheviques: ms vala un fin horrible que aquel horror sin fin. Ms vala la revolucin! Y la revolucin se impona tanto ms cuanto que el viejo mundo estaba manifiestamente podrido, para que la civilizacin europea rematara con semejante pesadilla. Si la guerra mundial era el fruto de esta civilizacin, era porque sta estaba radical, fundamentalmente corrompida.

    La idea de revolucin mundial apareca as como la nica manera de salir del callejn sin salida en que haba entrado la historia humana. La empresa era arriesgada, pero, qu hacer? Era la ltima oportunidad de escapar de la trampa y de recuperar un sentido. O bien, como lo escriba Maiakovski a propsito de la revolucin: Es la ltima apuesta del mundo en ese juego de azar. Lgica de jugador? Lgica de desesperacin, tal vez?... Pero es interesante notar que el propio Lenin recurri a una lgica comparable cuando trat de ex-plicar por qu, despreciando las leyes del marxismo, se haba resuelto por una operacin tan arriesgada como la revolucin socialista en una Rusia rural y atrasada. Discutiendo, poco antes de su muerte, con los marxistas clsicos, escriba Lenin, como para justificarse:

    ... Cunta trivialidad en su argumento [de los marxistas tradicionales: A. S.], que se aprendieron de memoria en los buenos tiempos de la socialdemocracia de la Europa Oriental, y que consiste en afirmar que no estamos bastante desarrollados para el socialismo, que nos faltan como dicen algunos de esos sabios seores las premisas econmicas objetivas del socialismo. Y nadie piensa en preguntarse si el pueblo, en presencia de una situacin revolucionaria como la que se haba creado en ocasin de la primera guerra imperialista, no poda, ante un callejn sin salida, arrojarse a ese combate que al menos le ofreca alguna oportunidad de conquistar para s las condiciones ya no completamente habituales de un desarrollo de la civilizacin.

    El hecho de que Lenin invoque esta oportunidad de escapar de la situacin sin salida creada por la primera Guerra Mundial es interesante en s mismo. Y esta oportunidad era ofrecida por la revolucin: tentativa desesperada de acceder a la civilizacin, sustituyndola por otra nueva, sensata, sovitica.

    La revolucin se hizo. En este punto, es importante notar que la victoria de la revolucin era, para muchos de sus partidarios occidentales, una conquista del sentido. La historia adquira un sentido grandioso y universal que subyugaba y exaltaba tanto ms cuanto que suceda al absurdo catastrfico de la primera Guerra Mundial, y contrastaba con su fondo siniestro. La locura ceda el lugar a una organizacin del mundo razonable. La

  • humanidad haba encontrado un objetivo, y el camino que a l llevaba. Para muchos, sin duda, all residi durante largo tiempo la fuerza de atraccin de la revolucin y de la nueva civilizacin que haba establecido. Y ello a pesar de todos los errores y las prdidas que haba dejado. Pues aqu interviene conscientemente o no una lgica de este tipo: esto va mal, sea, y la utopia realizada no es, en muchos puntos, la que esperbamos y desebamos, pero existe, y es una respuesta a la pregunta de saber para qu se vive.

    El hombre es generalmente llevado a interrogarse sobre el sentido de la vida, sobre el fin de la existencia. Y el ruso ms an, tal vez. Escriba Berdiaev, en 1904:

    La angustia rusa del sentido de la vida: tal es el tema fundamental de nuestra literatura y lo que constituye la esencia ms profunda de la intelligentsia rusa...

    Por lo dems, explica Berdiaev, es esta sed de una meta, esta angustia del sentido de la vida, lo que ha alimentado el radicalismo, el espritu revolucionario de la intelligentsia rusa, su aspiracin a servir al pueblo, su entusiasmo por los ideales del socialismo.

    La revolucin aportaba, pues, ese objetivo planeado, lo propona a la historia en curso y a la vida de la sociedad. Cierto es que al mismo tiempo privaba al hombre de su libertad, y una gran parte de los intelectuales rusos se habian apartado de ella. Pero bastaban aquellos que la aceptaban con sus consecuencias, que la reciban precisamente como conciencia de un ser nuevo, de una nueva etapa de historia. Y entre ellos se contaba Alexander Blok. En este mismo artculo de 1918, La intelligentsia y la revolucin encontramos no slo la embriaguez y lo elemental propio del autor, sino tambin muy claramente la exaltacin por el sentido recuperado de la historia humana, arruinado por el absurdo de la guerra nuclear. Blok plantea la pregunta de los fines y de los planes de la revolucin: Qu se ha previsto? Y responde:

    Rehacerlo todo. Organizar las cosas de tal manera que todo sea nuevo: que nuestra vida mentirosa, sucia, aburrida y horrible se convierta en una vida justa, limpia, alegre y bella. Cuando tales designios, en todos los tiempos ocultos en el alma humana, en el alma popular, rompen las cadenas que los retenan y se lanzan en torrente impetuoso... eso se llama revolucin. [Y ms adelante, poniendo en guardia a los intelectuales: -A.S.]... !Ay de aquellos que no piensan encontrar en la revolucin ms que la realizacin de sus quimeras, por nobles y elevadas que sean! La revolucin, como una rfaga, como una borrasca de nieve, trae siempre lo nuevo y lo imprevisto; engaa cruelmente a muchos; en su torbellino mutila fcilmente al ser digno. A menudo deposita, sanas y salvas en tierra firme a gentes indigna