Domingo de Pentecostés 2016

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Hoy celebra la Iglesia con alegría la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Con ello comienza la actividad misionera de la Iglesia.

Es un hecho tan importante para la Iglesia que Jesús les había dicho a los apóstoles en la «Última Cena»: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré». (Jn 16, 7)

La venida del Espíritu Santo es como la coronación del plan de salvación realizado por Jesucristo. Es decir, la redención que Jesús proporciona para toda la humanidad se dice que se realiza por medio del Espíritu Santo.

Por eso cuando Jesús resucitó tenía prisa en darles el Espíritu como el mayor de los dones. Así nos lo dice el evangelio que se proclama en este día..

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.” Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.” Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Jesús les da a los apóstoles lo más íntimo que tiene, expresado por el aliento. Es como su propia intimidad, su vida, su fuerza y su amor.

Ese aliento nos recuerda el principio de la creación, cuando Dios exhaló su aliento sobre la tierra. O cuando creó al primer hombre, que “sopló” dando el aliento de vida.

Los apóstoles necesitaban este anhelo de vida, pues estaban muy apagados. Aquellos hombres se llenaron de

vida nueva: Fue como una nueva creación.

Y alguno pregunta: ¿No recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés? ¿Cómo es que se lo da Jesús en el día de su resurrección? El Espíritu Santo es infinito. Viene a nosotros según nuestras disposiciones. El día de la resurrección los apóstoles estaban poco preparados; pero ya Jesús les quería hacer ese regalo.

El Espíritu Santo era el mejor regalo que Jesús, juntamente con el Padre, podía hacer a los apóstoles y a la naciente Iglesia en aquellos momentos. También hoy se nos quiere dar a nosotros. Es el regalo de la Pascua, el don de los dones.

Don de los dones,

Automático

Llena, Espíritu Santo,

Cumplien-do su

promesa Cristo te

envía,

Llena, Espíritu Santo,

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En este día de Pentecostés san Lucas describe de una manera más gráfica la venida o la irrupción del Espíritu sobre la naciente Iglesia, ya que ahora estaban los apóstoles mejor preparados por la intensa oración acompañados de la Virgen María. Dice así la 1ª lectura: Hechos de los apóstoles 2,1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas

extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron

desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban: "¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los

oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia,

en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros

judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua."

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad.

Es como el AMOR personificado. Es la persona divina

que realiza la unión infinita

entre el Padre y el Hijo.

Los apóstoles se sintieron transforma-dos, transfigura-dos. Sentían en su corazón que allí estaba Dios de una manera muy especial. Ellos bien podían decir:

El Espíritu de Dios está en este lugar.

El Espíritu de Dios

está en este lugar. 

Automático

Está aquí para consolar. 

Está aquí para guiar. El Espíritu de Dios

está aquí.

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Esto quiere decir que no se le puede mostrar con figuras materiales. Le representamos por símbolos, que nos dan idea de alguna cualidad. Lo más ordinario es representarlo por una paloma, como lo vio san Juan Bautista en el bautismo de Jesús.

En este día de Pentecostés los apóstoles experimentaron la presencia del Espíritu de forma

también material por medio de unos símbolos.

El primero es el VIENTO, un viento recio, símbolo de la fuerza de Dios que se comunica al hombre debilitado. El signo del viento nos habla de espiritualidad: Es algo que no se ve, pero está ahí y arrastra.

Es la que han necesitado los

mártires para dar testimonio, la que han necesitado los

profetas y misioneros de todos

los tiempos, la fuerza que

necesitamos en medio de nuestro

mundo.

El viento es símbolo de la

fuerza del Espíritu.

“Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno”.

Era como un reflejo del fuego que ardía en sus corazones.

La luz del Espíritu es para

iluminar las mentes, para

poder comprender

mejor los mensajes de

Jesús.

El calor o la energía la da el Espíritu para poder predicar el Evangelio por todo el mundo.

No bastaba con las palabras de Jesús para comprender y palpar el amor. Era necesario cambiar el corazón. El Espíritu realiza como un bautismo de fuego. Y capacita a la persona humana a amar a la manera de Dios.

Es lo que habían anunciado los profetas: el corazón que es frío, mezquino, duro como de piedra, pasaba a ser libre, grande, misericordioso. Para ello necesitamos llenarnos del Espíritu de Dios.

“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que

el Espíritu le sugería”.

Otro de los

signos de

Pente-costés

es el don de

lenguas.

El Espíritu, que es Amor, tiene que ver con: relación, encuentro, unidad, comunión. Estaban todos los discípulos juntos. Hoy pedimos que el Espíritu Santo venga sobre cada uno; pero también sobre la Iglesia, como vínculo de unidad.

Los discípulos se iban preparando

por la unidad en la oración y en el

amor, unidos con la Virgen María. Pero

no bastaba. Era necesario que les inundase la gracia

del Espíritu de Amor: el mismo

Dios con sus dones espirituales.

La Virgen María era el lazo externo de comunión. Pero la unión de corazones lo realizaría el Espíritu Santo, que es Dios mismo presente en los corazones.

Era la común unión, anuncio de la común unión trinitaria entre nosotros. Y no bastaba con la unión entre un grupo de selectos, sino tender hacia el acercamiento de todos los pueblos y la solidaridad y fraternidad de todos los hombres.

Por eso con la fuerza de ese viento interior, los apóstoles abrieron las puertas y san Pedro, en nombre de los demás, comenzó a predicar el verdadero valor del Espíritu.

En Babel fue la dispersión, porque cada uno quería hacer lo suyo. Comenzó el odio y las discordias.

Pentecostés es el triunfo del amor. El amor de los discípulos era insuficiente en intensidad y en extensión. Necesitaban la fuerza del Espíritu para darles consistencia y unión.

Queda mucho por hacer. A veces nosotros ponemos impedimentos al Espíritu porque queremos hablar nuestra propia lengua, que es nuestra opinión. Hablamos quizá mucho de leyes y normas y no hablamos la lengua común, la del Espíritu, que es la lengua del amor.

Hoy también quiere Jesús

derramar su Espíritu sobre

nosotros y sobre todo el mundo.

Por eso debemos pedirlo con todo el corazón. El Espíritu Santo, que es el Amor en Dios, es quien nos llena de esperanza, es el que guía nuestros pasos, es quien impulsa el corazón. Él es quien da sentido al corazón, quien conforta y da la luz.

El Espíritu Santo, que es el huésped del alma, nos enseñe a vivir esperando todo don y gracia, nos envuelva en sentimientos generosos, nos enseñe a proclamar que Jesús es nuestro Señor.

Hay una oración hermosa en la liturgia de la misa de Pentecostés, aunque no es obligación recitarla. Terminamos recitándola aquí para que el Espíritu Santo nos llene de sus dones.

Automático

manda tu luz desde el cielo.

Don en tus dones espléndido.

Luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,

gozo que enjuga las lágrimas

Entra hasta el fondo del alma,

Mira el vacío del hombre, si tu le faltas por dentro;

Mira el poder del pecado,

cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,

según la fe de tus siervos.

Por tu bondad y tu gracia,

dale al esfuerzo su mérito.

Salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno.

Que recibamos el Espíritu con María.

AMÉN